El Blog Íntimo
·30. Mai 2025
¿Balance positivo? [OPINIÓN] | Alianza Lima y la eliminación que convirtió en clasificación
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·30. Mai 2025
Siendo fines de mayo, y ad portas de una nueva pausa por fechas FIFA, toca analizar la actualidad del primer equipo aliancista a partir de su participación en la Copa Libertadores 2025. Lo primero que esto nos obliga a reconocer, a la luz de la evidencia, es que, en términos generales, se ha ido de más a menos.
Tras haber clasificado de forma hazañosa —y contra la mayoría de pronósticos— a la fase de grupos, la ambición de quienes componen la primera línea blanquiazul —director y gerente deportivo, director técnico y jugadores— fue clara y unánime: el objetivo había pasado a ser la clasificación a octavos de final.
Para ello, el Equipo del Pueblo debía superar tres importantes escollos, enumerados a continuación en orden descendente de dificultad: Sao Paulo de Brasil, Libertad de Paraguay y Talleres de Argentina.
La lógica —y, posteriormente, lo fáctico— indicaba que el claro «cuco» de la serie era el cuadro paulista; que Libertad sería también un rival complicado, pero «al que se le podía pelear»; y que Talleres, aunque exigente, era el rival a vencer para, al menos, caer de pie en el play-off de la Copa Sudamericana.
La tabla final del Grupo D nos dice varias cosas, algunas de ellas ciertamente previsibles desde el mismo día del sorteo:
En efecto, Sao Paulo fue el mejor equipo, con 14 puntos acumulados, aunque con la particularidad de que, de local, solo ganó un partido —y, felizmente para nosotros, fue a Talleres en la fecha final—, mientras que, de visita, ganó los tres que jugó. El cuadro de Luis Zubeldía no registró derrota alguna.
Libertad, por su parte, llegó a Matute en su mejor momento en aquella jornada inicial, logrando un triunfo que a la postre le significaría el segundo lugar del grupo. Luego alternó buenas y regulares actuaciones. Tras su victoria en Lima, empató de visita tanto en Brasil como en Argentina, mientras que, de local, solo pudo vencer a Talleres, perdiendo luego contra el Tricolor y empatando con la blanquiazul en el cierre de la fase. Sumó un total de 9 puntos y aseguró su pase a octavos con una fecha de anticipación.
Talleres disputó, hasta el final, el tercer lugar del grupo, protagonizando junto a Alianza Lima un improvisado «mata-mata». Atiborrados de problemas administrativos, los cordobeses intentaron proponer en cada uno de sus partidos, pero sus desbarajustes defensivos les significaron perder en todas las canchas. Aunque, como locales, pudieron imponerse a su rival directo de turno en la penúltima jornada, la derrota en el último minuto en el Alejandro Villanueva terminó siendo lapidaria para cualquiera de sus aspiraciones.
Llegó el momento de hablar del club de nuestros amores. Alianza Lima empezó con muy mal pie la fase de grupos, perdiendo de local ante un Libertad lo suficientemente superior como para justificar la victoria. Cuando la mayoría —por no decir todos— esperaba una nueva derrota, esta vez en el colosal Morumbí, los «grones» —con actuaciones colectivas e individuales fantásticas a todo nivel— lograron empatar tras ir perdiendo por dos goles a cero. Este punto, en mi opinión, fue el que terminó marcando la diferencia con Talleres, que no pudo sumar en su posterior visita a Brasil.
Y hablando nuevamente de la «T» cordobesa, he de destacar, por supuesto, la ya mencionada victoria aliancista en Matute con gol agónico de Hernán Barcos. Era un partido que se había presentado muy favorable a los intereses íntimos, que ganaban, y justificadamente, 2 a 0 con anotaciones de Paolo Guerrero. Sin embargo, una inexplicable falta de Erick Noriega en propia área a inicios del segundo tiempo terminó dándole aire a la visita, que descontó de penal y, poco después, ya con el envión anímico y aprovechando las evidentes desconcentraciones íntimas, empató el encuentro. Felizmente para el pueblo victoriano, una inspiración colectiva, sumada a la inmortal jerarquía del Pirata, terminó en un triunfo a todas luces vital.
Lo siguiente para los dirigidos por Néstor Gorosito fueron dos derrotas consecutivas e inobjetables: la primera ante Sao Paulo en La Victoria y la segunda ante Talleres en Córdoba, ambas por 2 a 0. El fixture disponía que, en la fecha final, los argentinos visitaran Brasil y los aliancistas, Asunción. La lógica —muchas veces esquiva al fútbol— decía que, aunque ambos equipos blanquiazules llegaban con 4 puntos al cierre de la fase de grupos, era menos difícil sumar en Paraguay que en Sao Paulo. Pero más allá de análisis previos, lo cierto era que tanto Alianza Lima como Talleres tenían que salir con todo para no quedarse con nada.
Poco antes del final del primer tiempo, Alianza Lima ganaba con contundencia y justicia en La Huerta por 2 a 0. Aunque de reojo debíamos mirar lo que pasaba en el Morumbí, donde Talleres había logrado el empate transitorio y amenazaba con la hazaña. Por diferencia de gol, aún si ambos equipos que se peleaban el tercer lugar lograban ganar por la mínima, habría sido la «T» el dueño del premio consuelo. En este contexto, la posibilidad de que los argentinos le voltearan el marcador a Sao Paulo tenía su cuota de participación en la de por sí complicada situación anímica de los íntimos, que, después de tanto remar contra la corriente, podían terminar resignándolo absolutamente todo.
Aunque fue doloroso y preocupante ver cómo Alianza Lima se desmoronaba, una vez más, psicológicamente, hasta terminar cediendo su victoria parcial ante Libertad, desde Brasil llegaban las buenas noticias: Sao Paulo había anotado el segundo y, tras ello, con el empate en Paraguay bastaba para la supervivencia. Como el otro partido había empezado media hora antes —por la intensa lluvia en la capital guaraní, que retrasó el encuentro entre gumarelos y victorianos—, la blanquiazul pudo, en gran parte del segundo tiempo, jugar sabiendo cuál era el otro resultado. Esto, al parecer, les dio la fuerza suficiente para resistir los últimos embates albinegros. Tras el pitazo final de Esteban Ostojich, se consumó la subsistencia aliancista en torneos internacionales.
En las redes sociales empezaron a circular videos de jugadores aliancistas celebrando este hecho, lo que despertó comentarios diversos, la mayoría de ellos en contra. «¿Qué celebran?» era la pregunta mayoritaria que, en el fondo, advertía una válida queja. Ni los simpáticos bailes de Fernando Gaibor ni los cánticos barristas en vestuarios paraguayos pudieron con la molestia generalizada del hincha aliancista. Y aunque admito que a mí tampoco me dieron ganas de celebrar absolutamente nada —apenas un «¡uf!» de alivio y un tibio abrazo con los amigos de siempre—, lo cierto es que, ya desde un plano objetivo, habernos quedado con el pase a Copa Sudamericana no solo implica un beneficio económico y de prestigio para el club —que, recordemos, desde que se instauró este sistema del «premio consuelo» nunca había podido conseguirlo—, sino que, además, es consecuente con su actualidad y contexto.
Aunque es innegable que el Alianza Lima de Gorosito ha tenido picos altísimos de rendimiento en el plano internacional, también es cierto que siempre evidenció diversas debilidades, sobre todo en lo defensivo. Si bien Miguel Trauco y Guillermo Enrique son titulares indiscutibles en este esquema —más por demérito de los suplentes que por mérito propio, valga admitir—, sus falencias saltan a la vista partido tras partido. Por otro lado —y esto era bastante sabido— el replanteo no es precisamente la fortaleza del «Pipo», lo que lo vuelve, a menudo, un DT previsible o, en el peor de los casos, inflexible.
Otra cosa que ha afectado directamente el rendimiento del primer equipo íntimo han sido las expulsiones, las suspensiones y, sobre todo, las lesiones. De esto último, ya no encuentro más formas de quejarme: desde hace tres años nos persigue una especie de hechizo maligno que simplemente no nos deja en paz. Jean Pierre Archimbaud, Alan Cantero y Pablo Lavandeira son los tres ejemplos más recientes, pero el historial general de los últimos años es mucho más extenso de lo que quisiéramos. ¿Cuándo volveremos a tener un plantel completo durante toda una temporada, o al menos sin lesiones graves? Espero estar vivo para verlo.
Las expulsiones, por otro lado, son parte del juego, sí, pero no por eso menos preocupantes. En los últimos meses, Alianza Lima ha visto casi una decena de tarjetas rojas en partidos oficiales —Carlos Zambrano y Renzo Garcés (nuestra pareja titular de centrales, ni más ni menos) lideran esta particular tabla—. Y aunque en Liga 1 ya sabemos que la vara arbitral depende del dueño de la pelota —que, por cierto, anda muy feliz por su clasificación a octavos, cortesía de haber tenido en su grupo al que terminó siendo uno de los peores equipos del torneo, pese al nombre pomposo que lleva en sus banderas—, en el plano internacional también padecimos ausencias relevantes en partidos clave. Es verdad que esto abrió espacio para la aparición de nuevos rostros canteranos, pero qué duda cabe de que, con todos nuestros titulares disponibles, las probabilidades de seguir avanzando habrían sido considerablemente mayores.
Para colmo, Pablo Ceppelini, el «diez» del equipo y quien se había pasado gran parte de lo que va de la temporada superando lesiones, fue suspendido por cuatro meses de competencias Conmebol por un supuesto insulto racista en la Bombonera. Y digo «supuesto» porque, según información trascendida, la parte denunciante no llegó a probar dichos agravios, por lo que la Unidad Disciplinaria de la Confederación se vio obligada a actuar en base a criterios subjetivos, ratificando —y hasta ahora sin mayor explicación— la sanción del uruguayo. Que el mismo rigor se aplique en adelante a todos los casos similares, nos queda desear.
Así, con tantos elementos en contra —tanto internos como externos—, era muy difícil mantener el nivel futbolístico que el grupo exigía. Y este es, precisamente, el argumento que sostiene mi conclusión respecto al verdadero valor de seguir vivos en torneos internacionales.
En un grupo sin equipos flojos —el único que no registró ninguna goleada—, en el que todos los partidos fueron luchados y en el que Alianza Lima se vio notoriamente mermado por los motivos anteriormente expuestos, caer a la Copa Sudamericana debería ser visto, si bien no como un logro a destacar, sí como un pequeño avance en la lucha por recuperar renombre internacional. Algo que, sin duda, sería aún más fructífero si se logra superar al siempre complicado Gremio de Porto Alegre, nuestro siguiente rival en este nuevo desafío.
Y me permito insistir: apoyo totalmente la idea de que «no hay nada que celebrar» —aunque pueda entender la alegría de los jugadores, la mayoría de ellos hinchas de sus propias carreras, ante todo—, pero eso no me hará caer en las garras de la mezquindad ni en el humo que expide la prensa partidaria de ya sabemos quiénes, que intentará, como ya lo viene haciendo, minimizar todo lo posible cualquier pequeño paso hacia adelante que dé nuestra institución. Muy distinto, por cierto, a lo que ocurría hace apenas dos años, cuando la Sudamericana era vendida por estos mismos pasquines como un torneo del mismo nivel que la Libertadores, solo porque a ya sabemos quiénes les fue relativamente bien en esa edición de la competición.
Elijo, si así lo quieren decir, ver el vaso medio lleno y confiar en que esta para de dos semanas —que, irónicamente, otras veces nos cortó más de un buen momento— sirva para descansar, reflexionar, recuperar jugadores lesionados y reencontrarnos con nuestra mejor versión como equipo. Que Alianza reconquiste los brillos que mostró hace apenas unos meses no debería ser imposible. Dependerá, eso sí, de un ejercicio de memoria colectiva, en el que Gorosito tendrá que disponer de toda su experiencia, inteligencia y capacidad de gestión.
De salidas y refuerzos, hablemos después. Hoy, Alianza Lima sigue en pie.