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MUNDO MILLOS

·15 de octubre de 2024

Canto de gol: Dios manda

Imagen del artículo:Canto de gol: Dios manda

Aún no me había graduado pero la necesidad de apoyar a mi mamá y mi hermana a costear mis propias vainas ya apremiaba. Entré a uno de tantos institutos de lenguas que había en la ciudad y casi de iniciación me asignaron a M. y a M., dos hermanos para quienes sus papás y su abuela habían elegido tener las clases a domicilio.

Por ese entonces vivían en la 116 con 9na. La distancia era muy larga y no existían los transbordos de hoy para acercarse sin tener que hacer largas caminatas desde la Autonorte o la 15 en el mejor de los casos. Hicimos clic instantáneamente. No sólo con ellos, sino con su familia. Porque en esta modalidad la relación con todos era vital: o les caías bien a los parientes o se comunicaban inmediatamente con los coordinadores para pedir cambio de docente.


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Entonces fue de entrada una relación armoniosa en lo académico y lo personal. Me vieron trabajar, me vieron graduar y me vieron continuar yendo a su casa a pesar de estar ya como coordinador. Y cuando di un paso al costado y renuncié, alcancé a seguir trabajando con ellos de forma particular; hasta que empecé la maestría y los tiempos y las fuerzas ya no daban.

En una de las tardes en las que llegué a mis clases ellos estaban con su abuela viendo un partido de Rafael Nadal en televisión. Habían iniciado ya sus entrenamientos y Rafa era una inspiración para ellos. Para todos. La clase terminó y Nadal seguía jugando, así que la abuela me invitó a quedarme y ver el resto del partido juntos. Y hablábamos de la fuerza, de la garra, de los drives y los reveses inclementes. Y de cómo su aguante era un ejemplo para ella, para ellos, para mí, como ejemplo de vida para no desfallecer ante cualquier circunstancia.

Mis primeras «primas» de navidad y mis primeros regalos de cumpleaños de parte de estudiantes fueron de ellos. Fueron años maravillosos a los que tuvimos que saber decirles ‘adiós’. Con agradecimiento y aceptación, así como Rafa Nadal lo hizo y comunicó el jueves pasado. Verlo en esas imágenes y en todos esos partidos me recordaron los míos propios, en otro tipo de cancha y con mis chicos como coequiperos, aprendiendo de él mientras aprendíamos a hacer lo nuestro.

Y es que la vida se trata de eso: vivir con intensidad y compromiso cada momento, cada jugada, cada derrota y cada victoria. Y, cuando el día llegue, hay que saber decir «Hasta acá voy», despedirse, retirarse con gratitud y amor propio. Con dignidad. Pero sabiendo y reconociendo que el futuro es eso que no podemos escribir ni garantizar por su incertidumbre misma. En eso sí sólo Dios manda.

El canto de gol para acompañar esta columna es ‘Despídeme’ de la banda española Skalariak:

Carlos Martínez Rojas@ultrabogotano

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