MUNDO MILLOS
·9 de diciembre de 2024
MUNDO MILLOS
·9 de diciembre de 2024
«No se ganó pero se empató» fue la frase que me dijo un vendedor de flores al pie de mi casa. Trabajando aún hasta la media noche, me vio llegar con mi ropa de Millos el jueves después del estadio. Yo le respondí solamente con una sonrisa amable, sin querer parecer grosero ni evidenciar que cualquier resultado que no fuera una victoria era para mí un fracaso.
Ese jueves nos encontramos en el baño en el medio tiempo con Sebastián y Andrés, un amigo de toda la vida de estadio y mi compañero y amigo de Mundo Millos, respectivamente. El primero, con angustia, me decía que se nos tenía que dar. El segundo, con quien creo que compartimos la misma sensación de incertidumbre, nos miramos y nos reconocimos el miedo frente a lo que veíamos en la cancha. Aún ganando 1-0 en ese instante.
Otro Andrés, mi querido amigo residente en Tunja y abonado me envió un audio de desahogo el viernes. Habló de la improvisación de Gamero, de sacar a una de las figuras de los cuadrangulares como Arias y de jugar con dos 10 como nunca le había apostado en el semestre. De las ruedas de prensa donde Gamero elogia a los que no jugaron bien y de las decisiones de sustituir jugadores muy tarde en los períodos complementarios.
«Yo me acuerdo que contra Chicó en Tunja hasta salimos más rabones que ayer. ¿Y en qué terminó todo? Mesura». El trino en Twitter fue de Javier Figueroa, recordando lo vivido en 2023-1 antes de la clasificación. Y fue sinceramente el único ápice de esperanza que me llegó en medio de la desilusión. Porque desde la culminación del clásico el jueves nunca me dejé de sentir eliminado y fatídico.
Pero entonces recordé que en 2012, 2017 y 2023 lo resolvimos en nuestra ciudad. Empatando contra Junior, paridad contra América y ganándole a Medellín. Incluso en 2021, para llegar a la final perdida contra Tolima, también lo ganamos contra Junior para clasificar en Bogotá. En 2024, en una revancha que ya no podrá ser, teníamos para volver a cerrar una final en casa. Pero parece ser una máxima ésa del fracaso cuando la última fecha definitiva es de visitante.
2003 fue el año que volvió a mi mente de inmediato cuando el juez Ulloa pitó el final en el Campín el jueves pasado. Tenerlo tan cerca y dejarlo ir. Tener la victoria en las manos y perderla por una estupidez. Estar abrazando una noche gloriosa en Bogotá y permitir que el equipo visitante nos la arrebatara. Y aún así haber tenido la primera opción no me permitió encontrar confianza ni seguridad en que volveríamos a una final. Ni en 2003 ni veintiún años después.
Con Noche de Velitas tan cerca volví a ese juego con Cali, a oriental norte y a mi papá diciéndome «En Santa Marta ganamos y estamos en la final, aún no estamos eliminados». Yo lo miré y le dije «Hoy nos eliminamos, no hay que buscarle más a esto». Y el partido contra Pasto lo vi igual que el que escuché contra Union en ‘Fútbol Visitante’, con el sentimiento de que se nos tostaría el pan en la puerta del horno. Un fracaso revivido una vez más.
Me guardé todo este sentimiento derrotero para mí, sin compartirlo con mi novia ni mi mamá ni mis amigos. Recordando la maña de mierda de regalar un tiempo en cada partido. De casarse con jugadores que nadie sabe qué estrella tienen para seguir elegidos. Recordando un 2024 con un desastre de Libertadores, sin Sudamericana, menospreciando a los rivales y sobrando partidos. Un año sin llegar a final de Liga, eliminados de Copa y con una falta de autocrítica siempre desilusionante y que ya nos tiene desgastados a muchos con Alberto Gamero.
Nos vamos a vacaciones con la ilusión rota de ver a Falcao disputar una estrella. Y yo me voy a descansar de todos estos golpes de este año reviviendo al final el doloroso 2003. Recordando la decepción que sentí buscando un ejecutivo hacia Suba y cómo volví a tener la misma sensación el jueves camino hacia un TransMilenio con el mismo destino, sintiendo en el fondo del corazón que el domingo no se recompondría el camino. Y confirmando mi creencia de que a los ídolos Russo y Torres los sacaron dándoles menos oportunidades, y que el destino de buscar volver a ser los más veces campeón no llegará si seguimos en el mismo bus samario.
El canto de gol para acompañar esta última columna del año es ‘Mil horas’ de la banda Los Abuelos De La Nada:
Carlos Martínez Rojas@ultrabogotano