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La Galerna

·30 de abril de 2025

Indulgencia plenaria

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De niño nunca me llamó la atención el fútbol. Fue a partir de hacer nuevos amigos al inicio de la adolescencia cuando me aficioné a este deporte, y uno de mis primeros recuerdos como madridista fue el 2-6 en el Bernabéu, y lo que vino después en la ‘era Guardiola’, sempiternamente cobijada por Negreira. De tal manera, sentí pronto la frustración de ver cómo el Barcelona nos superaba y mi madridismo, al nacer en dicha época, pudo curtirse rápido en ese amargor. Hoy en día, después de estos años dorados, cuando se repiten esas derrotas (ya no tan frecuentemente, para los pesares azulgranas) no me generan mucha más desazón que la de perder contra cualquier otro equipo. Ya no.

Tras la final de Copa del Rey de este 26 de abril en la que el Madrid perdió, sin embargo, sentí algo diferente. Aunque no me guste que mi equipo pierda ni los amistosos, realmente no me importa ningún título nacional; y, aunque tampoco me agrade que el Barcelona se haga con más éxitos, la segunda gran era del Real Madrid que hemos vivido en esta última década amortigua cualquier disgusto que pueda sentir por las victorias de otros clubes.


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Mi aflicción no proviene ni de quién ni del qué, sino del cómo: un Barcelona con una plantilla que está ilegítimamente inscrita (bien por fichajes, bien por renovaciones) ha ganado un título que no tendría que estar compitiendo porque debería estar en la última categoría profesional del fútbol español por haber comprado el sistema arbitral durante lo que llevamos de siglo (con facturas).

Sin ánimo de repetirme: si no me genera interés el fútbol español, tampoco debería importarme quién gana qué dentro de este lodazal. Sin embargo, entra el ‘factor Real Madrid’ en esta ecuación. Porque es el Real Madrid el que ha mantenido en el actual estatus a este Barcelona que no ha pagado por sus pecados, aunque haya pagado por pecar.

Mi aflicción no proviene ni de quién ni del qué, sino del cómo: un Barcelona con una plantilla ilegítimamente inscrita ha ganado un título que no tendría que estar compitiendo por haber comprado el sistema arbitral (con facturas)

Es complicado entender la relación actual con el Barcelona para el aficionado madridista, aunque el club lo tiene claro: rival deportivo, socio económico, enemigo institucional. En otras palabras: rivalidad que genera ‘marca El Clásico’ y engancha al aficionado, socio para reforzarse económicamente en empresas como la Superliga o en un primer momento contra CVC, enemigo en lo que considera que hay que defenderse, como el ‘caso Negreira’ o acusaciones de ser el equipo beneficiado de la dictadura. Pero todo esto es complejo de asimilar cuando hay sentimientos de por medio (y el amor por un club son sentimientos siempre), y el seguidor del Real no es indolente y considera contradictorio ayudar económicamente a que un club no se hunda mientras se persona en una causa que puede hacerle descender de división.

Volviendo a los pecados, pudiendo ser de acción (mediar con Anas Laghrari para que Sixth Street rescate al club catalán) o de omisión (no arremeter contra la engañifa del ‘caso Olmo’), el merengón de a pie no consigue establecer en su corazón la misma separación que sí hace el club, y no puede criticar sus trampas y desear que se haga justicia a la vez que le tiende la mano y desea medirse contra ellos en una futura Liga Unify. El sentimiento nunca es divisible.

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Ese es el éxito del Madrid de Florentino. Que, por suerte, no lo preside un aficionado que prioriza el sentir al beneficio a largo plazo para el club. Nos ha dado más de lo que hasta el más ingenuo podía imaginar y, por consiguiente, ya le pedimos que también gestione nuestros sentimientos en la dirección que consideramos correcta. Terminó su primera etapa alegando que había maleducado a los jugadores, y creo que (en lo que, lamentablemente, parece su último mandato) a quien nos ha malacostumbrado ha sido a los aficionados.

Para terminar, duele, pero es entendible, el punto que abordó en la última asamblea con aquella frase de “el Madrid y el Barça se tienen que ayudar”. Se ha visto por enésima vez que cuando se propone algo lo consigue: el Barcelona puede ser campeón. Florentino siempre suele tener razón y, seguramente, el Madrid necesita un Barça fuerte. De lo que tengo certeza es de que lo que necesita el madridista es un Barça limpio.

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