REVISTA PANENKA
·10 de octubre de 2024
REVISTA PANENKA
·10 de octubre de 2024
“El futuro del fútbol será con el entrenador arriba (en la grada), con cascos, controlando todo y viendo el partido a través de una pantalla para poder decirle al jugador ‘ciérrate, Lucas, tío, en esta fase ciérrate’. Que desde arriba con un micrófono o si hay una descarguita eléctrica, ya perfecto, se le diga si no va a la presión, y si está cómodo, le tocas y (…). Sería para mí maravilloso. Aunque mataría a los jugadores.”
Luis Enrique, en Movistar+
La ficción va antes que la realidad. Si se imagina y se narra, sucederá; si lo contamos a través de un artefacto de ficción, pasará. Anticipamos lo que va a pasar porque las vorágines no se detienen, sólo se distraen. Luis Enrique habla de una realidad que no es futuro, en el sentido de que ya no es improbable; simplemente ya acontece sin darnos cuenta mientras creemos que están pasando otras cosas. No hay marcha atrás. Lo que dice el exseleccionador español va a pasar. De no ser así ocurrirá algo muy parecido. Lillo ya se mostró como un padre arrepentido mientras De Zerbi decía no querer mover a los jugadores con un joystick. Roberto no se daba cuenta de que, en realidad, su método forma parte de un paradigma inexorable que ya sólo podremos distraer o disfrazar. Por ello, cada vez surgen menos probabilidades de replicar las grandes individualidades de la historia del fútbol que alguna vez lo fueron todo. Aquellos que fueron más grandes que cualquier táctica.
Pensemos juntos. Hay algo que caracteriza a un gran porcentaje de los mejores talentos que ha dado el fútbol, sobre todo los más expresivos en su relación con el balón. Nombraremos a Zico, Zidane, Messi, Neymar, Maradona, Di Stefano o Cruyff. Todos estos tienen algo en común. No es una característica, ni un atributo; no es la técnica ni el talento. No es algo tangible. Digamos que es un lenguaje por el que, en sus respectivas épocas, cada uno de ellos modificaba la arquitectura y percepción de los partidos, logrando jerarquizar el conjunto de sucesos posibles bajo su presencia y mandato. En ese sentido, mi admirado Abel Rojas solía decir que Messi “era el partido”. Es esa frase la que conecta a los talentos más profundos. Ellos son y serán el partido.
Messi, Zidane, Neymar o Maradona recogían el cuero y comenzaban a hacer trazos sobre el césped. Iban dibujando el encuentro de forma no automática. De lo que dejaran a su paso se significaba el resto. Eran un segundo balón sobre el terreno de juego
Siguiendo, por ejemplo, con Leo, el argentino creaba en su plenitud un campo magnético y táctico por el que pasaba el encuentro en sí. Los otros 21 futbolistas orbitaban alrededor de su significado: subordinándose a él, se dibujaba la altura defensiva del rival, los ajustes tácticos o los principios defensivos -meter o no la pierna, perfil y orientación defensiva o encadenar ayudas entre sectores y líneas-. Cada recepción de Lionel, o de Zidane, Neymar o Maradona, éste en otra época previa a la defensa zonal, era genuina. Recogían el balón y comenzaban a hacer trazos sobre el césped; lo tocaban sin un patrón claro de comportamiento. Simplemente entraban en contacto con la pelota, absorbían rivales, los superaban, manejaban los estados de ánimo con sus ocurrencias e iban dibujando el encuentro de forma no automática, dejando de puntillas a todos los demás. De lo que dejaran a su paso se significaba el resto. Eran, resumiendo de forma gráfica, un segundo balón sobre el terreno de juego.
En los últimos 30 años, contabilizo que, desde mi subjetividad y parcialidad, cuatro jugadores me han transmitido esa omnipresencia de querer y poder colocar un marco de actuación. Tres han sido nombrados. El cuarto sería Juan Román Riquelme. En la línea temporal, el último talento de este calado en nacer al fútbol, Neymar Junior, lo hizo en 2011. Desde entonces no he vuelto a percibir que un talento de nivel histórico haya sido el partido. Hay materia prima especial en Lamine Yamal, pero veremos hasta donde, por un lado, le empujan sus emociones e instintos para llegar a ese grado de relevancia y si, por el otro, el fútbol actual se lo permite. Se deja ver también algo mágico en Joshua Kirkzee, pero quizás su materia prima no alcance para sumarse. Llegados a este punto, lo importante es entender qué cromos está intercambiando el fútbol para completar su álbum.
La acumulación de partidos, la entrada del VAR, la continua sofisticación de los métodos de entrenamiento, la acumulación de poder de los entrenadores… han modificado los procesos por los que el talento se abre paso
La acumulación de partidos, la entrada del VAR y la tecnología, la continua sofisticación de los métodos de entrenamiento, de arriba hacia abajo, con las academias como primer filtro por delante de las calles, o la acumulación de poder de los entrenadores en la toma de decisiones, han modificado los procesos por los que el talento se abre paso. Digamos que, como en otros deportes, cuando el talento es verdaderamente único y precoz, logra desmontar cualquier predicción, narrativa y juicio, pero las barreras que pueden postergar o retrasar su aparición son más y no muy complementarias, caso de un juego colectivo que pretende, a través de la intelectualidad, controlar el azar y proclamar, por ejemplo, en qué zonas se debe o no arriesgar. Esta forma de construir, a través de los entrenadores, ha enriquecido su narrativa y ha impulsado a multitud de jugadores, pero logra intimidar al verdadero genio. Si el talento no es superlativo, como era el caso de Messi, un jugador colectivamente arriesgado que anulaba todo a base de proezas vistas como mal elegidas, terminará subordinado al orden colectivo.
El juego del fútbol ha ganado para su causa, la que sea, grandes jugadores-cerebro y equipos convertidos en mentes colmena, pero está asistiendo a un momento donde se retrasa la aparición de grandes instintos. Se juega mucho más con el razonamiento que con la emoción inesperada; hay cada vez mayor lugar a la interpretación, y así se han ido construyendo numerosos filtros de entrada a su favor, que no son, por otro lado, distintos a los que ha ido construyendo la sociedad. Sigue y seguirá habiendo jugadores extraordinarios -Vinicius, Mbappé, Musiala, Haaland o De Bruyne- pero estamos un poco más lejos de reencontrarnos con la sensación de que un solo jugador puede ser dueño de un partido y el juego en su totalidad. Nacerán talentos increíbles, sin duda, pero me atrevo a pensar que se están emitiendo las señales correctas para que haya menos. Los que aparezcan, por último, deberán disponer de la suficiente y gigante personalidad para quitarse el pinganillo y volvernos a emocionar. Ojalá que todo esto sea un error.
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Fotografía de Getty Images.