Balón en Profundidad
·11 de mayo de 2020
Balón en Profundidad
·11 de mayo de 2020
El fútbol sirve muchas veces como un escaparate perfecto para aquellas historias con menos luz bajo el foco mediático. A través de grandes hazañas, como que un club azerí llegue a la Champions y compita ante los grandes equipos del continente, permitiendo que a partir de sus duelos ante Chelsea, Roma o Atlético de Madrid se conozca su historia y la de su oprimida región en el habitante medio de países occidentales como Inglaterra, Italia o España, nos acercamos a los lugares más recónditos. Sin embargo, y siempre con el balompié como nexo, en ocasiones toca excavar un poco más para dar con historias igual de ocultas, pero que suponen el día a día para muchos afectados en sus regiones.
Nos trasladamos a Suecia, uno de los países con mejor calidad de vida del planeta, para destacar la gran aventura del Dalkurd. A priori, para cualquier aficionado, ese club es posible que no le suene de nada, o que apenas siga el fútbol sueco, pero al igual que el poco conocido Östersunds nos hizo vibrar en su enfrentamiento con el Athletic Club en la Europa League allá por 2017, su historia merece ser contada. El Dalkurd es un club de la ciudad de Borlänge, en la extensa región de Dalarna –la tercera más grande del país- en el centro de Suecia, a unos 215 kilómetros de Estocolmo. En esta pequeña localidad de unos 40.000 habitantes, el fútbol lo dominaba hasta hace unos pocos años el IK Brage -equipo que recibe el nombre del dios noruego de la poesía-, pero el ascenso meteórico del Dalkurd lo ha dejado eclipsado.
En el país escandinavo se lleva realizando una política de aperturismo muy significativa desde hace varias décadas. Siempre se ha mostrado como un país receptor de refugiados de guerra que huyen de sus países en busca de un futuro digno. Es el caso, por ejemplo, del pueblo kurdo. Los kurdos representan a la población más extensa de Oriente Próximo sin un estado propio. Tras la disolución del Imperio Otomano en noviembre de 1922 y después de décadas y siglos de luchas en su territorio entre otomanos y persas, los kurdos, que siempre compartieron una identidad, religión -mayoritariamente musulmana-, cultura y lenguas propias, nunca tuvieron un estado de facto que los representara. Se estima que la cantidad de kurdos repartidos en un espacio geográfico que hoy en día ocupan Turquía, Irak, Irán y Siria es alrededor de unos 40-45 millones de personas en una horquilla que se mueve entre los 30 millones para los más conservadores y 55 para los más optimistas.
En 1920, tras la Primera Guerra Mundial, el pueblo del Kurdistán estuvo muy cerca de poder tener una nación que los representara, pues así lo redactaron las principales potencias vencedoras en el Tratado de Sèvres, que estableció las fronteras de un Kurdistán que, si bien recortaba en buena medida su tamaño, cosa que a la que muchos nacionalistas se opusieron, al no ratificarse nunca dicho acuerdo, finalmente, tras la Guerra de Independencia turca y las presiones de los nacionalistas turcos, se daría lugar al Tratado de Lausana, que cimentó la paz en tierras turcas y delimitó las actuales fronteras de Turquía, dejando al pueblo kurdo en sin un territorio sobre el que asentarse tras el reparto de los Aliados vencedores en la Gran Guerra de las zonas próximas a Turquía y que dieron forma a lo que hoy es Siria, Irak o Irán entre otros países. Desde entonces han sido muchos los intentos y movimientos que promueven la creación del Kurdistán en todos estos territorios, aunque sin éxito más allá de la República de Mahabad, que fue un pequeño Estado kurdo independiente en la zona de influencia kurda iraní, aunque tan solo duró un año en 1946. Más recientemente, en el contexto previo a la Guerra del Golfo, el pueblo kurdo sufrió ataques con bombas químicas por parte del régimen de Sadam Husein en Irak, así como la lucha activa ante los ataques del autodenominado Estado Islámico. Hechos que provocaron tanto en las décadas de los 80 y 90 como en el presente, movimientos migratorios importantes en esta zona de Oriente Próximo.
Fue este éxodo masivo de kurdos en Siria, Turquía, Irán e Irak principalmente hacia tierras suecas lo que pone la semilla de este pequeño club. Uno de estos refugiados kurdos iraquíes, Ramazan Kizil, llegó a Suecia en noviembre de 1989 escapando del régimen de Sadam Husein, y 15 años después, fruto de su afición principal que era el fútbol, decidió fundar el Dalkurd, que toma su nombre de la unión Dal-, en referencia a la tierra donde se estableció el club, Dalarna, y -kurd en clara alusión a su origen kurdo. Kizil siempre fue aficionado a practicar fútbol con amigos y compañeros que compartían sus orígenes, y fruto de esta pasión, tras tener conocimiento de una decisión del IK Brage de expulsar de su fútbol base a un grupo de jóvenes de origen kurdo por mal comportamiento, Kizil se decidió a crear ese club junto a sus compañeros para dar una oportunidad a ese grupo de chicos. Con la única esperanza de ser un apoyo para todos aquellos exiliados, principalmente kurdos pero sin dejar a un lado a refugiados de cualquier otro origen, fue creciendo un club que estos últimos años alcanzó su cota más alta: la Allsvenskan sueca, su primera división. Tras una serie de ascensos consecutivos, para muchos futbolistas de origen kurdo supone una gran motivación el poder vestir la camiseta del Dalkurd. El escudo del equipo, que aúna los colores de la bandera del Kirguistán, es el mayor motivo de orgullo para un pueblo que no tiene representación alguna en el fútbol más allá de este club sueco. Para muchos aficionados kurdos, el Dalkurd es como su selección, por ello, tras su importante seguimiento en zonas de influencia kurdas y por kurdos de todo el mundo, llegando a alcanzar el millón de seguidores en Facebook, dos empresarios del mundo de las telecomunicaciones de origen kurdo y multimillonarios decidieron invertir en el club sueco, facilitando su expansión y fugaz crecimiento. Aunque hay que recordar que en Suecia impera la famosa norma del ‘50+1’, por lo que ningún accionista puede hacerse con el control total con el 50% o más de las participaciones de un equipo, asemejándose al modelo alemán y en contraposición de lo que sucede en el fútbol inglés o español.
El club cuenta con una plantilla de lo más variada en cuanto a nacionalidades, con muchos jugadores nacidos en Suecia, aunque cuyo origen se ubica a muchos kilómetros del país escandinavo. Sin embargo, aunque la filosofía del club no sea estrictamente jugar con chicos de origen kurdo, sí quieren que su capitán lo represente la figura de alguien kurda o hijo de kurdos. Es el caso de su último capitán -antes del descenso a Superettan- Peshraw Azizi, un defensa central de 32 años nacido en Sulaymaniyah, al noroeste de Irak, que llegó a tierras suecas a la edad de 12. Hijo de un peshmerga –combatiente armado kurdo que en la actualidad hace frente al ISIS- llegó a Estocolmo escapando de las bombas y las luchas armadas en Irak con el resto de su familia. La oportunidad de jugar en el Dalkurd le llegó en 2011, con 23 años, tras haberse formado en el fútbol sueco, concretamente en el Syrianska. La llamada fue irrechazable para él, que lo entendió como una oportunidad perfecta para representar a todos los kurdos del mundo. Muy significativo fue para Azizi la vuelta a Irak en 2017, en una visita en la que constató el apoyo al Dalkurd, donde propios peshmergas seguían por internet al club sueco entre las constantes batallas. Un motivo más de orgullo de un club que representa una lucha, una idea de un país, Kurdistán, que represente a todo un pueblo muy oprimido a lo largo de la historia. Una lucha que el club acompaña cada fin de semana en su estadio a miles de kilómetros, y que en su primera temporada en la élite del fútbol sueco no ha podido evitar un descenso tras una intensa batalla por la permanencia, aunque no tan intensa e importante como la que los kurdos realizan en Oriente Próximo ante uno de los mayores peligros del momento presente; el terrorismo islámico.