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REVISTA PANENKA

·3 de octubre de 2024

Un juego de amor

Imagen del artículo:Un juego de amor

Pareció que el gol lo marcó Ana Montoya. Todas las cámaras fueron a su rostro enrojecido por los colores que le sacó Iker Muniain. La noticia, más que el primer gol del vasco con San Lorenzo, fue la reacción de su chica. Tras el penalti, se cruzaron automáticamente sus miradas, lo cual nos recordó que el fútbol también es un juego de amor. De chaval, nada me emocionaba más que una chica mirándome jugar. Cómo no sabía ligar, tenía que hacerlo desde el campo. Cada cual usa sus armas. Las mías eran la zancada, el dribling y el gol de jugada individual. Mi pelo tenía que estar mojado. Mi rostro fingía cansancio. Exageraba el dolor de las patadas. Gritaba. Me tiraba a la piscina. Podía hacer cualquier cosa con tal de proyectar hacía la chica de mis sueños mi espíritu luchador. Aunque este fuera impostado. Es lo que tiene el amor, que te empuja a hacer tonterías. Disfrutaba cuando ella me aplaudía, pero todavía más cuando sufría por mí. El momento culmen se producía en el gol y en su debida celebración: mi dedo apuntando hacia mi amor. Es decir, hacia una adolescente con brackets mascando pipas en una grada de cemento, sin asientos, vacía y desangelada como las calles del barrio un domingo por la tarde. Ahora recuerdo aquello como una entrañable pantomima. Era un cobarde, un loco por el fútbol, un niño que trataba de expresar sus emociones encerrado en un terreno de juego. Entonces el fútbol podía con todo. No como ahora, que, por ‘amor’, tienes que perdértelo por culpa de un compromiso familiar, una fiesta de cumpleaños o un belly painting. Aunque no lo queramos, hay un momento en la vida en el que el fútbol pasa a segundo plano. Ocurre algo inevitable entre la chavalada: sus primeros partidos coinciden con sus primeros brotes de amor y testosterona. Es la adolescencia la etapa en la que el fútbol está más cerca del amor. Y de lo que no es amor. Hasta Jane Austen hubiera sacado una novela tomando apuntes en un campo de fútbol. “Prendidos por un penalti”, titularía yo esta. Y hasta me atrevería con la sinopsis: “Felices y enamorados, Iker y Ana exploran las costumbres de un nuevo país en el que tanto pesa el fútbol como el amor”.


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Fotografía de Getty Images.

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